La técnica fundamental en la intervención Tanatológica es, “el ensalmo de la palabra”. (Sigmund Freud).
El quehacer Terapéutico Tanatológico, opera dentro este parámetro de intervención:
Acompañamiento El acompañamiento Tanatológico es como la palabra lo dice, acompañar al paciente en este delicado estado de salud, hacer sentir a la persona la presencia de otro, en este caso, un profesional de la salud: Tanatólogo.
Contención La contención va dirigida a la observación sobre el estado emocional del paciente, donde las etapas observadas por Kübler Ross, son las siguientes: negación, ira o enojo, regateo, depresión y aceptación.
Sostén El sostén pensado en el lugar del Tanatólogo, como un Yo que sostiene psíquicamente la estructura Yoica del paciente en este padecer. Un Yo auxiliar, sosteniendo al Yo del paciente.
Escucha Clínica La escucha clínica, implica el decir del paciente en un espacio seguro y confidencial, y que en Transferencia con el Tanatólogo apalabre sus conflictivas y malestares que ha padecido en cuerpo y alma a lo largo de su vida. En este abreaccionar, surge como efecto en el estado de salud en el paciente, una diferencia radical, aliviando proceso mediante, el terror sin nombre que significa estar elaborando el duelo ante su propia finitud.
De la teoría que facilita la técnica y su contenido, a la práctica en el campo del quehacer Tanatológico frente al enfermo terminal. Pasando al campo clínico, en el enfermo terminal podemos observar que la persona se sitúa en tres fases:
Fase I
Es donde al paciente le es dado un diagnóstico que es sobre una enfermedad terminal.
Fase II
Es el periodo en el cual procesa su estado de salud, su condición de paciente con una enfermedad terminal, elabora o no, el duelo que representa y significa su acto de morir.
Fase III
En esta fase se encuentra ante el umbral de su muerte. Estado agónico, su acto de morir, instante finito de su vida.
Dentro de estas tres fases podemos observar clínicamente, una diferencia capital. Un paciente acompañado por un Tanatólogo que le facilite en su intervención, un proceso terapéutico donde este canalice, elabore su proceso de morir, y como efecto, una diferencia capital en su calidad de vida ante su finitud; sin embargo un paciente al que no se le presta esta intervención, recibirá los cuidados médicos, clínica del dolor, familia… sólo que en su generalidad, el paciente estará en falta de este abordaje que facilite una condición clínica de mayor ayuda en este particular, que es fundamental su calidad de vida y calidad de muerte, emocional y espiritualmente.
¿Tratamiento Terapéutico Tanatológico? (T. T. T.) Es un proceso donde interviene terapéuticamente un Tanatólogo, en el cual recibe a un paciente con una enfermedad terminal y/o ante el umbral de su muerte. El quehacer Clínico en el campo de la Tanatología es un abordaje que exige al profesional de la salud, un compromiso fundamentalmente vocacional, ético, posibilitado de una alta sensibilidad humana. Su intervención exige integrarse a un equipo multidisciplinario (Médico especialista, Clínica del dolor, Tanatólogo, etc.) donde nuestro único objetivo es, médicamente, palear el dolor del cuerpo, y desde el Tratamiento Terapéutico Tanatológico, sanar el dolor del alma, curar al ser humano de lo que trae consigo a cuestas en su existencia, tanto cuanto, como nos sea posible, ya que el paciente se encuentra en su última etapa de su vida, así como en la antesala de su muerte. El objetivo específico es crear un espacio de calidez y de apertura donde facilite esta intervención, calidad de vida, sabiendo de antemano que el cuerpo se encuentra deshecho, sin embargo podemos apuntar clínicamente, que el paciente pueda morir sano, sano del alma.
El quehacer clínico en el campo de la Tanatología, es a partir de una Técnica determinante: “el ensalmo de la palabra”. Poner en palabras, abreacciona la enfermedad enquistada en el cuerpo; abre/acciona al ser del sujeto del aprisionamiento en el que se encuentra, lo mueve de ese lugar, de ese callejón sin salida, de ese terror sin nombre que significa su acto de morir. Poner en acto la palabra del enfermo terminal, lo determina a posicionarse en un lugar y en un estado del alma de una manera diferente. Vía palabra, el paciente desahoga sus males encarnados en el cuerpo, en el alma desde todos los tiempos. “La palabra puesta en acto, opera en dirección de la cura”, que dicho desde mi experiencia, lo que ocurre además de sanar su alma, le facilita al mismo, resolver sus conflictivas familiares, así como poner en orden sus pendientes relacionales, materiales y espirituales.
Vemos pues, que la función del quehacer clínico en el campo de la Tanatología es aliviar el dolor, es apaciguar la angustia sin nombre, es encarar el malestar que trae consigo cada paciente según sus coordenadas significantes existenciales. La función de esta terapéutica implica establecer una transferencia que nos permita la abreacción en el paciente, y que este a su vez entreabra su devenir histórico, en las cuales está inscripto su dolor, su tristeza, su soledad y desesperanza, culpas y miedos que enraizaron y encarnó en patología, misma que lo ha llevado al extremo de la pulsión de muerte que le ha cancerado el alma y que lo tiene ante el abismo de su finitud.
Me pregunto: ¿Existe posibilidad de sostener que un sujeto se cure
y muera sano? La respuesta aquí:Sara llama una media mañana pidiendo que la asistiera de urgencia. Sara acababa de recibir un diagnóstico terminal: “su mal no tiene remedio, sólo es esperar, regrese a su casa, es lo mejor para Usted”, éstas fueron las palabras que Sara recibió médicamente por su oncólogo. Le pregunto si puede venir a mi consultorio, a lo que Ella responde: “no puedo, estoy en cama, quiero que venga a visitarme a mi casa, ya que me dijeron que la muerte puede llegar en cualquier momento, sólo que, aunque sé que voy a morir, quiero que sea de otra manera”. Era una mañana de septiembre, Sara al verme entrar abrió los ojos muy grandes y me señaló donde había de sentarme. Le dije: “la escucho Sara”. Ella hablaba de lo que estaba viviendo, hablaba de su estado de enfermedad, sabiendo que se había descuidado mucho, sin embargo decía una y otra vez que no quería morir así. ¡Así cómo Sara! Tengo mucha culpa, siento mucha culpa y no me quiero morir así. Sara se internó en un acontecer donde la vía era apalabrar su historia: su historia de casada, su ser madre, su infancia temprana, su pubertad, su adolescencia, su juventud; iba y venía en una línea del tiempo, donde la protagonista era Ella inmersa en una historia familiar y cultural. Sara no dejaba de hablar, tenía prisa, para Ella el tiempo era oro y lo valoraba como tal. Sara fue aliviando su culpa y su dolor ante sus lazos familiares, fue reparando sus vínculos importantes de su vida y poniendo en su lugar sus deseos singulares y sus posesiones económicas. Sara fue al salón de belleza, Sara fue al dentista a arreglarse su dentadura, Sara vivió septiembre, octubre, noviembre… Sara adornó su casa con motivos navideños y cocinó los romeritos en la cena de navidad. Sara llegó a enero más sana que siempre en palabras de sus hijos, por cierto médicos. A mediados de febrero recibo una llamada pidiendo mi presencia ante Sara: me recibe un hijo de Ella y me dice: “Doctora, suba a verla que la está esperando. No puedo creer que Sara esté muriendo, nunca antes estuvo más cuerda, más serena, más consciente, no puedo creer que mi madre esté muriendo”. En efecto Sara estaba en estado agónico. Sara murió como lo había determinado el diagnóstico médico, su muerte era irremediable, sólo que la diferencia ante la misma la determinó Sara, al darse cuenta que no quería morir con tanto dolor, con tanta culpa atormentando su alma, Sara decidió, eligió que fuese diferente. Sara quiso morir sana, si no del cuerpo, sí del alma”. (Sara, 2004)
Esta experiencia clínica nos permite observar las posibilidades Terapéuticas ante esta intervención en el campo de la Tanatología.
Un segundo caso sucede ante una llamada telefónica de larga distancia: “quiero que atienda a mi padre, ya que este se encuentra en estado terminal, quiero que lo ayude a buen morir”.
Don José se encontraba en su cama, (80 años). El diagnóstico clínico a primera vista y escucha era de un trastorno alucinatorio con delirios de persecución. Le dije llegando que su hija me pidió visitarlo ante su estado de salud, y le dije en ocurrencia: Don José, voy a salir por un tiempo corto, si Usted quiere que lo siga visitando, hágame saber a su manera posible, asintiendo o negando con su cabeza, y de no darme alguna señal positiva, ya no lo visitaré. Al terminar de decir estas palabras salí de su domicilio, y al regresar me siento frente a Él, y este a su vez, levantaba las cejas asintiendo. Me despedí ese día, pasada ya la media tarde. Regresé al siguiente día, al siguiente y al siguiente, y Don José dejó ese estado de alteración de su consciencia, cesaron sus alucinaciones y delirios de persecución. Don José que comía mu poco, inició a comer, se paró de su cama e inició con ayuda de su caminadora a dar pasitos hasta caminar siempre con la ayuda de la misma. Pasando las semanas ya comía solo en el comedor de su casa y hablaba más bien poco sobre su vida, sobre sus logros, sobre su familia, un tanto cuánto limitado en su decir, cauto y mesurado en compartir conmigo sus inventos como Ingeniero Químico. Después de 3 meses, su familia al mirar su mejoría, lo trasladan a una casa de reposo, (asilo de ancianos), lugar donde continué visitando desde mi quehacer clínico Tanatológico, con resultados altamente favorables. 6 meses más tarde di de alta a Don José. Un hombre que decidió vivir, un sujeto que quiso seguir existiendo de otra forma. Sus hijos le visitaban en ese lugar, donde Él se encontraba coherente, congruente en su decir y su actuar, e intelectual y orgánicamente sano. Don José vivió varios años más.
Podemos ver ante esta experiencia clínica, un caso con resultados favorables, dentro de innumerables de casos más, donde sostengo la eficacia del quehacer de la clínica Terapéutica Tanatológica.
En un tercer caso: recibo la llamada de un hombre, un esposo que tenía a su esposa internada en el hospital, donde su situación era la siguiente: no sabía cómo darle a conocer el diagnóstico recibido del cuerpo médico, un diagnóstico de una enfermedad terminal. En la mañana siguiente asisto al hospital donde Pilar ya me esperaba. Hago saber, que al recibir la desafortunada noticia, Pilar gritó en forma de alarido del alma su dolor, ante la nefasta situación de salud. Ante mi presencia, Pilar va estabilizando su estado emocional, y ya con un poco de sosiego, me pide que hable con sus familiares para dejar el hospital e ir a su casa. Sigo atendiendo a Pilar por 6 semanas, y durante una sesión Ella me pide que intervenga con sus familiares donde les suplica que la dejen morir. Pilar se sentía culpable de morir y causar tanto de dolor en su esposo, hijos y familiares. Ella quería seguir callando su dolor para darles una imagen de serenidad, sólo que las fuerzas le habían fallado, ya no podía aguantar más el dolor del cuerpo y el dolor en su alma. Al hablar con sus familiares pudieron comprender que Pilar les estaba suplicando que aceptaran su muerte, que entendieran que ya no podía complacerlos más y que quería que la dejaran morir. En la historia de Pilar existió un silencio de situaciones todas desafortunadas desde su temprana infancia que asilenció, que calló, y que acalló en su alma y encalló en su cuerpo encarnado en cáncer y a su tiempo en metástasis. En las siguientes dos semanas, Pilar dejó de recibir remedios y brebajes, donde en palabras de Ella, se atrevió a decirme: “gracias por ayudarme a decirles a mi esposo e hijos que quería que respetaran mi sentir y mis deseos, que creo que por primera vez lo pude hacer, en este caso, con su ayuda”. Pilar murió un día de esa semana cerca de sus seres queridos, de hecho, la intervención de la Clínica del Dolor palió el dolor del cuerpo, y el acompañamiento, contención, sostén y escucha le facilitaron un escaso decir para Ella fundamental: pidió respeto para Ella, y por qué no, pudo decir que ya no podía seguir con una vida yerta de dolor, y su deseo explícito fue que la dejaran morir, y así fue. Pilar murió con un semblante otro.
En éstas tres experiencias podemos observar que en cada caso singular, surgió una diferencia radical en el estado de salud y la cura del alma en cada persona, en cada sujeto que transita por una enfermedad grave o terminal. Y como he dicho con antelación: un Tratamiento Terapéutico Tanatológico es una propuesta en aras de aliviar el dolor, el dolor humano ante el acto de morir, ante el acto de la muerte. Calidad de vida durante el proceso terminal de la vida y en el umbral de la muerte. Dicha intervención Terapéutica Tanatológica favorece y evita que el paciente en este estado terminal muera sólo en el aislamiento, soledad y oscuridad de un hospital, o en las paredes sombrías de una habitación en casa desolado e inmerso de angustia y ansiedad… terror sin nombre que en su desolación atrapa y sumerge, tanto al paciente terminal, como a la familia que lo acompaña, huérfanos de elementos y recursos humanos y profesionales, que faciliten en este trance, lo que es en acto, la intervención profesional Tanatológica de fundamental importancia. Esta intervención en un Tratamiento Terapéutico Tanatológico inscribe en el campo de la ciencia de la salud, un lugar de intervención de emergencia en un ser humano que padece una enfermedad terminal, ante la pérdida de órgano o alguna parte diversa del cuerpo, ante el duelo de un ser querido, pérdida de un familiar; el ser humano merece vivir su muerte acunado familiarmente y acompañado Tanatológicamente: ya que, aliviar el dolor, es humano.
Claro de luna en la oscuridad de la noche,
Que alumbra el recorrido por ese túnel, en el regreso a casa,
Acompañamiento que mitiga el desprendimiento del alma,
Y que acuna al ser, en el sendero por emprender.
S. M. S.
|